Entre los miles de muertos que dejó la dictadura genocida, se encuentra Pablo Míguez.
Pablo. Mírenlo bien, acuérdense de su cara, háganlo suyo. Piensen -mirándolo- lo que un pendejo de 14 años podía pensar, imaginen sus sueños, sus ganas, sus proyectos.
Miren esta cara, acuérdense de ella. Por favor, acuérdense de ella.
Mírenla.
Este esra Pablo
Lo secuestraron cuando tenía 14 años.
Al saber este tipo de datos me pregunto: ¿en qué están pensando aquellos que boquean cosas como "era una guerra", "fue una lucha contra los guerrilleros", "mirá que no eran ningunos santos, eh" y demás animaladas. Porque a ver, decime qué tan "guerrillero" podía ser un pibe de 14 años. O qué tan "no santo". O en qué guerra se secuestra gente -ya no importa la edad- y se los tortura hasta el cansancio o hasta la muerte, y se violan mujeres, y se secuestran bebés, y se roban bienes y pertenencias.
Este nene estuvo detenido en la ESMA durante un mes. Después lo trasladaron, no se sabe adónde.
Hoy continúa desaparecido.
Lo que sigue es parte del testimonio de una compañera de detención. Gracias a Dios, ella sí pudo zafar con vida para contarnos esta historia, que es una manera de que Pablo no haya muerto tan en vano.
"Cuando lo conocí, Pablo tenía 14 años pero no representaba más de doce con su carita de pibe travieso, sus pecas junto a la nariz, sus ojos de chispazos, su cuerpo esmirriado. Era tan chico, tan vivaz, aparecía tan indefenso en ese mundo alucinante, que no pocos guardias se conmovían por su presencia. Le habían puesto un “tabique” sobre los ojos que casi siempre usó como vincha y cada vez que podía se las arreglaba para salir de la cucheta, servir el mate cocido, leer una revista. En ese largo y fugaz mes que estuvimos juntos, Pablo me contó del Vesubio, de los presos trasladados desde allí, de su mamá, de quien no se despidió (”ella estaba en la cocina”), de la esperanza de que lo llevaran con su padre, de su vida en el mundo de afuera –el colegio, la natación, los hermanos, la abuela, los primos y el turf–, de sus amores y sus miedos. Habíamos encontrado una forma para hablar sin que se notara y con los ojos cubiertos, cada uno tirado boca abajo en la cucheta o arrodillándonos contra el tabique de madera que nos separaba. Lo doblaba en años pero nos cuidábamos mutuamente. Yo intentaba protegerlo, sobre todo alguna noche que despertaba lloroso, “soñé con mi mamá”. El también intentaba protegerme: cuando me contó que lo habían picaneado y me descontrolé, se desesperó por tranquilizarme. "Tanto no me dolió”, decía.
Mientras estuvo allí, nadie apareció haciéndose cargo de su caso. Eso lo angustiaba. No sabía quién era “dueño” de su vida, a quién rogarle su libertad.
Se lo llevaron una tarde de fines de septiembre del 77. Yo venía del baño cuando en un instante vi que la puerta se cerraba tras él, que caminaba a ciegas, de la mano del jefe de guardia. Pensé que se trataba de algún trámite. Arriba, en “capuchita”, los otros presos me dijeron que no, que se lo habían llevado y que Pablo pedía verme. Quise creer entonces que lo liberarían. ¿Quién podía enviar a la muerte a un chico de 14 años? El día antes del Juicio a las Juntas, en Tribunales, alguien me dio un volante con su foto. “Pablo Míguez, desaparecido”, decía".
Lila, sobreviviente de la ESMA
Hay 30.000 historias como esta. O no, seguramente muchas son distintas. Todas, sin embargo, guardan un hilo conductor: son relatos del horror, de un horror que jamás deberíamos haber permitido. Como pueblo, como sociedad, como conjunto. La dictadura cívico-militar es una herida abierta porque es una enorme vergüenza que tenemos en nuestra historia.
El 24 de Marzo de 2004 Néstor Kirchner pidió perdón en nombre del Estado por los crímenes cometidos durante la última dictadura cívico-militar. A partir de ahí, se empezó a contar otro cuento. Uno de reivindicaciones, justicia, aceptación y reparación histórica.
Me gusta pensar que Néstor pidió perdón en nombre de todos nosotros, aunque yo personalmente ni había nacido cuando esos delincuentes hicieron lo que hicieron. Pero como parte del pueblo argentino, también pido perdón.
Por Pablo.
Y por todos los que hoy no están.
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